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Abril

Foto del escritor: PosdatateescriboPosdatateescribo

Era un mañana de miércoles, no sé por qué, pero siempre me han encantado los miércoles, deben tener algo especial que no sabemos qué, cómo aquella colonia que pasan los años y aunque te pongas otra siempre la tienes ahí, al fondo de la estantería para recordarte que siempre será tu preferida.

Miré por la ventana como hacía cada día y la sensación que me producía ver las calles así era si más no, insólita. Nunca había visto las calles tan calladas, sin ningún resquicio de vida. Qué raro se me hacía no ver a los típicos señores del parque hablando y criticando a todo el barrio. La señora Carmen que cada día iba a comprar a la misma hora y siempre tenía la misma sonrisa. El hombre del coche negro que aparcaba cada día mal y rápido para comprar un paquete de tabaco,pero que estaba tranquilo por qué la dependienta ya le tenía preparado lo que fumaba, qué lista es.

Sin darme cuenta, el terrado del edificio se había convertido en mi nuevo refugio y ahí solía subir con un libro, una esterilla o mis auriculares que me hacían evadirme un poco viendo el cielo, lo que más me gustaba para desconectar. Empecé a ver las mismas rutinas en los balcones: en el de delante siempre había el señor Antonio dando vueltas por el balcón a marcha y esa era su manera de mantener la caminata de todos los días. Un par de edificios más allá estaba la señora Marcela teniendo siempre y recolectando pinzas de la vecina que se le caían de la ventana de arriba. Y si me afinaba la vista incluso un poco más veía a la misma chica de siempre con su guitarra en el balcón, daba igual la hora, siempre estaba con su guitarra probando acordes, tonos o incluso animándose a cantar aquella canción que por fin ha dejado de practicar. Desde aquel terrado se podía ver todo incluso las largas colas al estanco, que también daba igual la hora siempre había una larga fila de gente impaciente. ¿Cómo lo haría la dependienta sola? ¿Cómo se sentiría? Y aunque tenía que aguantar las malas caras de la gente, las faltas de respeto, el mal humor y la rabia provocados por un confinamiento que aún no entendíamos, cada día salía con su mejor sonrisa a aplaudir a las ocho de la tarde. Daba igual el día que hubiera tenido, siempre paraba para salir a aplaudir con todas sus fuerzas, y a mí que me veía desde mi terrado me saludaba efusivamente, con su mejor sonrisa como siempre que nos cruzábamos por las calles del barrio.

Ya hacía más de un mes que estábamos en casa y lo que se había convertido en nuestra nueva normalidad nos generaba más incertidumbre que descanso. Volví a conectar con mi yo adolescente viendo series que me habían marcado las etapas estudiantiles de la eso y me hizo mucha gracia acordarme de esa yo adolescente. ¿Qué diría si me viera ahora? Simplemente no daría crédito a lo que acababa de leer en su teléfono, pero a eso iremos más adelante.

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